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La desigualdad es una violencia. Cándida Martínez, “galardón 8 de marzo”
Catedrática de Historia Antigua e investigadora del Instituto de Estudios de la Mujer y de Género de la UGR
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Aunque hablar de mujeres todoterreno es casi un pleonasmo (una redundancia), cuando se entrevista a una “todoterreno” como Cándida Martínez, aprecias el verdadero valor de las visiones de género y el sentido de la pacífica “lucha” feminista. Cándida Martínez acaba de ser distinguida con un galardón 8 de marzo por toda una vida, personal y profesional, vindicando otras visiones, otras líneas de conocimiento e investigación desde un sector estratégico como es el académico y el universitario. Su visión -la de aquella joven Cándida Martínez de los años 80 y 90- fue y sigue siendo tan visionaria, tan rica, tan (re)conciliadora y tan humilde y honesta como necesaria casi cuatro décadas después. Hablamos con Cándida Martínez. |
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Acaba de ser distinguida por el ayuntamiento de La Zubia en sus premios de igualdad, con uno de los galardones “8 de marzo” en el ámbito de la Universidad, ¿cómo se siente?
Feliz. Me siento muy feliz. Es un reconocimiento a mi trayectoria como investigadora en la Universidad de Granada y en centro de Estudios de la Mujer. He tenido una gran vinculación con el movimiento feminista asociativo también. Pero, si algo me honra en mi trayectoria es precisamente haber impulsado en el ámbito universitario, la investigación en torno a las mujeres.
Que reconozcan mi dedicación (profesional y personal) a la lucha en favor de las mujeres es algo por lo que me siento particularmente honrada y agradecida. Me parece importante por mí y por otras tantas mujeres que, a partir de los años 80, decidimos que había que cambiar el conocimiento. No se trata solo de reivindicar -que también- sino de cambiar los ángulos de pensamiento, conocimiento e investigación.
Comenta que una serie de mujeres en los años 80 deciden emprender un cambio en el conocimiento. Un momento de Transición pura…br>
Ahora mismo, estamos en la sede del centro de estudios de las mujeres y de género de la Universidad de Granada. Aquellos años, en el 84, un grupo de mujeres decidimos que había que organizar algo en la Universidad para “visibilizar” a las mujeres para sacarlas del silencio y del olvido. Era el seminario de estudios de la mujer (en singular aquellos primeros años) adscrito, entonces, a la facultad de Filosofía y Letras. Yo fui la directora de aquel seminario. Fuimos unas de las primeras instituciones que impulsó iniciativas de estas características, luego fuimos de las pioneras.

¿Encontraron resistencias?
Lo cierto es que encontramos resistencias y apoyos. Resistencias propias de aquellos años, de los años 80. Hacía menos de una década que había muerto Franco; el PSOE había ganado las elecciones en el año 82… Eran años de ebullición con la necesidad de plantear nuevas corrientes de pensamiento. Nuevos enfoques…
Hay una renovación, en ese sentido, en la sociedad española. Y era un buen momento para impulsar en la Universidad esa misma efervescencia creadora.
En la facultad, nos dejaron un pequeño local. Muchos y muchas se cuestionaban qué hacíamos allí. Qué nos proponíamos. Al tiempo, desde el Rectorado también surgió un interés por organizar pequeños encuentros y charlas.
En otros sectores, por decirlo de algún modo, generamos “sonrisas”, imagino que acompañadas de “¿qué van a estudiar y a hacer estas?”
En balance, y a pesar de las resistencias, contamos con apoyos, credibilidad y espacios, impulsados también por el contexto europeo, donde ya surgía centros de estas características. A propósito de aquello, nos concedieron el proyecto europeo del “Mediterráneo”, del mismo modo que hicimos grandes conexiones Erasmus.
En la visión europea y europeísta que siempre ha tenido la UGR, encajamos siempre muy bien.

De modo que, por su prolífica trayectoria, puede presumir de haber contribuido a escribir la historia del feminismo…
La historia del feminismo la hemos escrito muchas mujeres. He sido también agente del cambio en ese sentido. Y me honra. Me honra mucho haber sido distinguida en La Zubia, junto a Amelia Valcárcel, María Escudero, las mujeres de La Zubia…
Muy honrada.
Llevamos un buen rato, hablando de la Universidad de Granada, una entidad académica en la que, hasta hace relativamente pocos años, no contábamos con una mujer al frente del Rectorado: Pilar Aranda…
Una mujer excepcional. Una Rectora increíble que se ha esforzado en hacer “sencillo”, lo casi imposible y que deja el listón muy alto.
500 años avalan la historia de la Universidad de Granada y, efectivamente, sorprende que una mujer haya tardado tanto en liderar una de las más importantes y prestigiosas universidades del mundo.
Desde nuestro ámbito, hemos reivindicado el papel y la presencia de las mujeres en puestos de decisión para cambiar “el hilo de la memoria”.

¿Qué opinión le merecen las medidas legislativas sobre paridad en la política y en la empresa privada?¿Es suficiente el impulso a la igualdad de género en la ciencia?
Siempre me han parecido absolutamente necesarias. Recuerdo las primeras polémicas con las leyes de cuotas, que ya casi que ni recordamos…
Que las mujeres lleguen a las esferas políticas y sociales no es fruto del azar. Yo fui la primera decana de mi facultad. Era el año 1990. María José Faus, como decana de la facultad de Farmacia, solo unos meses antes, llegamos a ser las primeras decanas en una Universidad con 5 siglos de historia…
Por supuesto, esta situación ya se ha normalizado. Pero aquellos eran los años 90. No solo fue una de las primeras decanas mujeres, sino que creo que sigo siendo la más joven. Más de 6.000 alumnos y alumnas formaban parte entonces de la Facultad de Letras.
Hoy, sigo pensando que hay que estar. Que las mujeres tenemos que estar. Y que este es un debate que ha permitido profundizar la democracia, amén de que las mujeres estemos y lleguemos a los sitios. No digo que las mujeres seamos más excepcionales, digo que las mujeres también tenemos trayectoria y una forma de hacer y de estar que fueron y siguen siendo necesarias.
La democracia sin las mujeres en órganos de representación es una democracia incompleta. Hemos aportado madurez y efectividad a las democracias. Desgraciadamente, aún queda un largo camino con muchas trabas, que hay que recorrer.

¿A qué trabas se refiere?
Trabas que impiden que las mujeres copemos los lugares que merecemos. Son trabas muy sutiles: de la vida personal; de los “cuidados” que hay que atender que siguen a cargo de las mujeres (no solo los hijos); la maternidad, como otro de los aspectos que hay que tener en cuenta, etc.
Las mujeres jóvenes, por ejemplo, tienen grandes trabas para desarrollarse profesionalmente en el ámbito de la investigación y la ciencia. Los hombres, de alguna forma, aún no “arrastran” según qué tipo de responsabilidades.
Por otra parte, hay que favorecer líneas de investigación sobre las mujeres. No solo impulsadas por mujeres, sino que pongan el foco en las mujeres y que urgen: como la salud femenina, etc.

Sin perder de vista que la necesidad de impulsar y consolidar políticas de igualdad, no responden -solo- a visiones ideológicas concretas. La ONU, en su Agenda 2030, incluye en el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 5, la importancia de “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”. Y afirma que “la igualdad de género no solo es un derecho humano fundamental, sino que es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible”.
El concepto “empoderamiento”, como tal, causa nerviosismo en muchos sectores porque incluye el concepto de “poder”. Para mí, el concepto “poder” tiene muchas acepciones. Para mí, el “poder” es para hacer algo. Para transformar la sociedad, para escribir… Y “poder con”. Trabajar para algo con alguien. Mi concepto es más amplio.
Históricamente, el poder lo han detentado los varones. Y ahora surge la posibilidad de que las mujeres ocupen parcelas de poder y la posibilidad de cambiar este status quo es el que causa nervios en muchos sectores.
A lo largo de su prolífica carrera, ha desempeñado importantes funciones como Consejera de Educación y Ciencia de Junta de Andalucía (dos legislaturas), como portavoz de educación del PSOE en el Congreso de los Diputados… ¿Qué le queda de estos años? Y ¿qué dejó usted allí?

A pesar de los momentos difíciles que, por supuesto, también hubo, tengo un recuerdo muy grato. En la Consejería, trabajé muchísimo. Lo di todo. Me entregué en cuerpo y alma.
El día a día en la gestión de la consejería, al frente de Educación y Ciencia, con mis aciertos y errores, fueron -sin duda- apasionantes. Fue una inmersión total en el mundo político.
El recuerdo de los equipos con los que trabajé está intacto.
Me siento particularmente orgullosa de muchas de las acciones que emprendí. El plan de igualdad entre hombres y mujeres educación fue una me mis mayores aportaciones. Como lo fue el programa de estudios y cultura de paz y la no violencia de la Unesco, que realmente fue pionero. Recibimos un premio por ese plan de cultura de paz que, luego, fue replicado en bastantes otros lugares.
Cuando aterricé en la consejería, había mucho trabajo por recorrer para avanzar en la integración de los niños y niñas inmigrantes. Y trabajamos un plan integral para alumnado inmigrante que, en aquel momento, fue un revulsivo para atender una circunstancia y una problemática que existía entonces.

Las aulas matinales, comedores escolares y actividades extraescolares para atender las necesidades de familias propias de estos tiempos, con la incorporación de las mujeres al sector productivo, creando a la vez riqueza y empleo para la sociedad fue otra de las aportaciones de la que me siento particularmente orgullosa.
Me siento muy orgullosa de aquellos años, en los que también emprendimos un plan de financiación de Universidades, que no existía hasta entonces.

Para finalizar, Cándida, ¿hablar de igualdad es hablar de paz?
No se puede entender la paz sin igualdad. Yo sigo investigando mucho sobre este tema de paz y mujeres. “Mujeres y discursos de paz en la historia” es uno de los últimos títulos en los que he aportado mi visión.
La desigualdad es una violencia.

Una entrevista de Raquel Paiz
Con fotografías de Ester Campos Caballero
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